Quien no ha compartido su vida con animales no puede entenderlo. No puede entender el pellizco en el estómago cuando sales de casa y sabes que no podrás volver hasta tarde, la acumulación compulsiva de fotos en el móvil, la dulce calidez detrás de sus orejas.En realidad, si lo piensas, no es tan difícil de entender: simboliza amor en su más pura esencia; el enamoramiento por excelencia, ese estado que te convierte en un tonto de remate y al mismo tiempo en la mejor versión de ti mismo.