No son muchos los días de compras en un tiempo de crisis. 

Pero ese día lo era. Quizás un día de segundas rebajas…

Continúa la historia con una apostilla…

En mitad de una gran ciudad, en una calle muy transitada, caminaba un ciego con su bastón blanco. 
Toca las esquinas y guiándose por los sonidos y olores familiares y los golpecitos en el suelo que le dan la medida de su recorrido el mapa de la calle va aclarándose en su cabeza como en una pantalla borrosa de un gps imperfecto o estropeado.   
Tic, tic, paso a paso avanza hacia su objetivo mientras la gran maquinaria de la ciudad se mueve incontrolable a su alrededor… un golpe externo, un paso en falso. El bastoncillo vuela de sus manos. No puede parar: habla en alto pidiendo ayuda y gesticulando; la gente se pregunta mientras pasa si está bien de la cabeza; luego se dan cuenta de que es sólo un pobre ciego… pero ya han pasado de largo. 
Nadie se para. 
El ciego se siente empujado, sin poder tantear el suelo. Al cabo de un rato, ya parado, escucha. Los sonidos le son extraños. Las risas, amargas. La vida, ajena. Y, como borracho, tantea las paredes gritando “¡Oiga!” a los transeúntes, que se apartan 
Recuerda a Arturo, su amigo. Él le puede ayudar. ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Toma su teléfono móvil y marca el cuatro, que es un número especial. 
Llega Arturo, después de un rato de espera. Le abraza, le toma por la mano, y le pregunta por dónde vino, a dónde va. 
Le podría llevar directamente a su destino, pero ¿cómo volvería sin su bastón? 
Decide retrotraerse y volver al lugar donde perdió el palo. 
Sólo así, con esa toma de contacto con la realidad, mi amigo podrá avanzar. 
Llegan al sitio: allí está el bastoncillo blanco, en un rincón de la transitada calzada. Lo toma y se lo da. 
Una sonrisa cambia la preocupada cara del ciego. 
–      ¿Por dónde está la Iglesia? – pregunta a Arturo. Arturo mira hacia su derecha, le toma la mano y le señala. – ¿Quieres que te acompañe…?
–      No, gracias. Si está por allí, entonces ya sé ir.  

Pienso que esa toma de tierra puede ser para nosotros… la oración