Querida cuñada y amiga, al despedirme de ti con esta carta, las palabras parecen insuficientes para expresar el vacío que dejarás en mi vida. Has sido tanto una familia como una amiga verdadera, guiándome con tu sabiduría y apoyándome con tu amor. Tu partida es un dolor profundo, pero también es un recordatorio de los momentos felices que compartimos y de la fe que ambos valoramos. Me aferro a la creencia de que ahora estás en un lugar de paz, libre de toda preocupación, bajo la mirada amorosa de nuestro Dios. Gracias por cada consejo, cada sonrisa, y cada gesto de cariño. Hasta que nos encontremos de nuevo, guardo cada recuerdo en mi corazón.