Querida cuñada, es con un corazón pesado pero lleno de amor que te escribo este último adiós. Tu amistad y tu presencia en nuestra familia fueron regalos inestimables que atesoraré siempre. A través de los años, te has convertido no solo en una cuñada, sino en una verdadera amiga y confidente. Aunque hoy nos separemos físicamente, la fe me asegura que estás en un lugar mejor, abrazada por el amor eterno de Dios. Te prometo que te recordaré siempre con cariño y gratitud por todas las bendiciones que trajiste a mi vida. Que los ángeles te guíen en tu camino y que encuentres paz y alegría eternas. Adiós, querida, hasta que nos encontremos en la gloria de Dios.