El 21 de octubre de 1885 murió santamente en el Oratorio el seminarista salesiano Francisco O’Donellan. La noche siguiente tuvo Don Bosco el siguiente sueño: Fui a acostarme con el pensamiento de la muerte del clérigo O’Donellan y sentía deseo de saber qué destino habría tenido en la eternidad. Y empecé a soñar.

Vi a O’Donellan tan hermoso y resplandeciente que parecía un ángel. Y al lado mío caminaba un joven alumno nuestro, con la cabeza muy agachada y con apariencia de estar desesperado y muy triste.

Llegamos luego a un palacio de una hermosura extraordinaria y allí estaba una señora que resplandecía en medio de un multitud de rayos de colores. La rodeaba un inmenso grupo de ángeles. La señora dijo con voz muy amable al recibir a nuestro clérigo: – He aquí mi hijo muy amado, que brillara como el sol por toda la eternidad.

Y el clérigo O’Donellan entró gozoso en aquel gran palacio.

Luego vi que aparecían dos fieras horrendas las cuales se lanzaron contra el joven triste que estaba allí cerca, para destrozarlo en pocos momentos.

Yo quise defender al pobre joven que gritaba pidiendo auxilio; y me lance contra las terribles fieras, pero se volvieron contra mí y al ver sus afilados dientes sentí tan grande miedo que… me desperté.

Nota: El secretario de Don Bosco que dormía en la pieza cercana, al oír sus gritos pidiendo auxilio entró a su habitación y lo encontró muy asustado.

La narración de este sueño a los alumnos les causó gran conmoción. Esa misma mañana los que aun no se habían confesado hicieron una buena confesión. Todos, menos uno, que se llamaba Arquímedes Accornero. Al fin el Padre Francesia lo convenció de que subiera a la habitación de Don Bosco y se confesara con el Santo. Pero había allí bastantes aguardando turno y el muchacho no quiso aguardar y no se confesó tampoco esa noche. Afortunadamente al día siguiente el Santo sacerdote Esteban Trione al saber que tampoco se había confesado y que el año anterior había tenido muy mala conducta, tanto que los superiores habían pensado que no volviera más al colegio, y que ese año aceptado a base de ruegos, también llevaba una conducta muy indeseable, se fue a charlar con él y de tal manera lo supo convencer que lo llevó a donde Don Bosco y consiguió que se confesara con el Santo.

Esa misma tarde el joven Accornero ayudaba a llevar un montón de catres de hierro por una escalera arriba. El montón cedió y se vino escalera abajo y lo aplastó. Quedó sin sentido y sin habla y a la medianoche ya estaba muerto.

La mamá al saber la muerte de su hijo (que estaba en 7o. grado de bachillerato) lo primero que preguntó fue esto: “¿Se suicidó?”. Hasta ante la misma mamá tenía fama de triste y malgeniado. Afortunadamente Don Bosco se había interesado mucho por él y logro que lo convencieran para que se confesara. Y muy a tiempo que lo hizo.