San Benito viajaba montado a caballo. Llegó junto a un campesino que, fatigado y a duras penas, avanzaba a pie. El monje desmontó para entablar conversación.

San Benito viajaba montado a caballo. Llegó junto a un campesino que, fatigado y a duras penas, avanzaba a pie. El monje desmontó para entablar conversación.
– “Eres afortunado al tener un caballo ‑ le dijo el campesino con envidia. Si yo hubiera dedicado mi vida a la oración, estoy seguro de que ahora no tendría que viajar a pie”.
– “¿Crees tú que podrías ser un hombre de oración?”
‑ “¿Por qué me lo preguntas? ¿No es eso bien sencillo?”
– “Vamos a hacer una apuesta. Si eres capaz de decir un Padrenuestro sin ninguna interrupción, te daré mi caballo”.
‑ “Me lo has puesto fácil ‑ dijo el campesino ‑. Allá voy”.
Se detuvo, cruzó sus manos, cerró sus ojos y comenzó a recitar la oración:
‑ Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu ……
Se detuvo, alzó los párpados y le preguntó al santo:
‑ “Oiga,  ¿ el caballo me lo dará con la brida y con la  silla ?”
¡ Se dio cuenta inmediatamente de que había perdido la apuesta, pero ya era tarde..!
Cuántas veces, nos comparamos con los demás, sin tener en cuenta que cada persona es singular y tiene las condiciones que Dios ha previsto para cada una, y pensamos que nosotros en su lugar lo haríamos o seriamos mejor.