Querido tío, al escribirte esta carta de despedida, siento una mezcla de tristeza y gratitud. Tu vida fue una bendición para todos los que tuvimos el privilegio de conocerte. Fuiste un faro de sabiduría y amabilidad, siempre listo para ayudar y guiar. Me enseñaste con tu ejemplo cómo vivir con integridad y devoción, siempre con una palabra amable y un corazón abierto. Agradezco a Dios por cada recuerdo que compartimos, cada consejo que me diste, y cada momento de alegría. Sé que ahora estás en un lugar mejor, donde no hay dolor ni lágrimas, reunido con los santos y ángeles en la presencia de nuestro Señor. Seguiré tus pasos, intentando vivir con la misma generosidad y fe que demostraste cada día. Descansa en paz, tío querido, hasta que nos encontremos de nuevo en la eternidad celestial.