Querido tío, al escribirte esta última carta, me acompaña la fe en que nos encontraremos nuevamente en la presencia de Dios. Fuiste un pilar en mi vida, enseñándome no solo a enfrentar los desafíos mundanos, sino a crecer en mi fe y espiritualidad. Tus acciones reflejaban los valores del Evangelio, mostrándome el camino hacia la compasión y la paciencia. Aunque tu partida deja un vacío, me consuela saber que ahora descansas en paz en el reino celestial. Gracias por cada momento compartido, por cada enseñanza impartida. Seguiré orando por ti, como sé que tú lo haces por mí desde el cielo. Con todo mi amor y gratitud, te despido hasta que nos volvamos a reunir.