Había una vez un pueblo llamado Israel, que había sido esclavo en Egipto. Dios, a través de su siervo Moisés, los había llevado a través del mar Rojo y ahora estaban en el desierto, buscando la tierra que Dios les había prometido.

Pero el camino no era fácil, y el pueblo se quejaba a menudo. Un día, llegaron al desierto de Sin y no tenían comida. Comenzaron a murmurar y a decir que preferían haber muerto en Egipto, donde al menos tenían comida para comer.

Dios escuchó sus quejas y le dijo a Moisés que llovería pan del cielo. Cada día, los israelitas podrían recoger suficiente pan para ese día, pero el sexto día podrían recoger el doble para guardar para el séptimo día, el día de reposo.

Además, Dios también les daría carne para comer en la tarde. Y así sucedió. Por la noche, codornices cubrieron el campamento y por la mañana había pan en el suelo.

Los israelitas recogieron el pan y la carne y comieron. Y todos los días, recogían lo suficiente para el día siguiente. Pero algunos de ellos no confiaron en Dios y guardaron el pan para el día siguiente. Sin embargo, el pan se llenó de gusanos y comenzó a oler mal.

Moisés les dijo que no dejaran nada para el día siguiente, sino que confiaran en Dios para que les proporcionara comida cada día. Y así lo hicieron, y nunca más tuvieron que preocuparse por la comida, porque Dios siempre les proporcionaba.