“No nos debe suceder como a aquel joven que iba a gran velocidad por la ciudad en una potente moto, y tuvo que frenar de golpe ante un anciano que atravesaba la calle; cayeron todos al suelo: la moto, el anciano y el chico. A ninguno le pasó nada de consideración. Y cuando se levantaron, la persona mayor preguntó:

  • Muchacho ¿a dónde vas?
  • Y éste, con toda sencillez y algo desconcertado, contestó:
  • No lo sé, pero llevo mucha prisa.

Qué gran cosa sería que, si alguien nos pregunta a dónde vamos, pudiéramos contestar con sinceridad: Yo voy al cielo, con prisa, antes de que cierren las puertas. Jesús me espera. Tengo el tiempo justo…”

(F. Fdez. Carvajal, “ El día que cambié mi vida”, p. 29)