La belleza y fealdad se enfrentan en el siguiente micro-relato…

LA PELÍCULA 

La Princesa debe ser buena, y parecerlo. 

El esperpento cogió las entradas como si fuera normal. 
La mujer que se las dio gesticuló las muecas de desprecio más grotescas que se puedan dar ante el insulto de la normalidad. La gente se apartaba de él con rapidez.
 Aquella figura de lo imposible estaba ahora acercándose al puesto de palomitas. Los clientes que esperaban su turno se echaron hacia un lado. El adefesio pidió con una voz estruendosa dos bolsas de palomitas recién hechas. El joven que atendía el puesto temblaba mientras buscaba las bolsas, no le había mirado, no se atrevía a levantar la vista. Exasperado porque la bolsa no quería abrirse cogió otra y con más calma la abrió y la llenó de palomitas hasta que se le cayeron por el suelo. 
El sujeto que representaba la definición del defecto esperaba paciente, sabiendo que era el objeto de todas las miradas. Miradas de aquellos seres que no tenían la necesidad de pedir disculpas a la hermosura, de aquellos que se sentían aliviados por ser como eran, e incluso aquellos de aquellos que con más complejos daban gracias a sus madres por haberlos hecho así. 
Pero no sentía envidia. 
Y llevándose las palomitas entró en la sala dos. Y se sentó entre dos butacas y esperó. 
Empezó la película y la gente todavía no había entrado. A estas alturas ya sabía que no vendría nadie más. 
Pero había vencido. 
Y ella vino. 
Después. 
Y se mostró. 
Se quitó su capucha. 
Ella le sonrió y le dio un beso en la frente. 
Y él le dio su bolsa de palomitas. 
Y la película terminó. 
 DAVID REDÍN