“Si de veras deseas ser alma penitente -penitente y alegre-, debes defender, por encima de todo, tus tiempos diarios de oración -de oración íntima, generosa, prolongada-, y has de procurar que esos tiempos no sean a salto de mata, sino a hora fija, siempre que te resulte posible. No cedas en estos detalles.

Sé esclavo de este culto cotidiano a Dios, y te aseguro que te sentirás constantemente alegre”.

(Surco, n. 994)