“Si rompéis un vaso en la mesa, en vez de decir <Qué torpe soy; siempre hago lo mismo>, o <El vaso se me deslizó de entre las manos y se ha roto>, etc. decid sencillamente: <He roto un vaso> en tono humilde, con el sincero deseo de no disminuir u ocultar vuestra torpeza. E incluso, en ciertos casos, no digáis nada, pero que vuestro silencio traduzca las verdaderas disposiciones de vuestra alma”.

(Robert de Langeac, “La vida oculta en Dios)