Todo empezó una tarde de agosto de 1999, yo acababa de cumplir dieciséis años y estaba de «picnic» con los amigos de mi pueblo de la sierra de Madrid. Éramos cinco y a eso de las ocho y media de la tarde, cuando el sol empieza a esconderse detrás de las montañas, a uno de mis compañeros se le ocurrió la maravillosa idea de invocar a los muertos jugando a la tabla de la ouija.
Yo quise largarme de ahí cuanto antes y me marché junto a otro «escéptico» bien lejos. Al volver los dos hacia el lugar donde se produjo la supuesta invocación, el resto de mis compañeros nos advirtieron que habían contactado con una señora, muerta hace unos setenta años en la guerra, y que les había dicho que tendríamos problemas para bajar al pueblo de vuelta a casa.
Dos de mis amigos bajaron en moto y avisaron a mi primo para que viniera a recogernos al resto. La espera se hizo corta y enseguida apareció él con su enorme volvo 740, un coche que en sus doce años de existencia jamás había dado ningún problema. Nos montamos y prácticamente nada más arrancar, el motor se para. Los tres de atrás nos miramos con cara de poema cuando mi primo arrancó hasta tres veces el motor del volvo únicamente consiguiendo que el motor se volviese a parar sin razón alguna. El terror se acentuó cuando notamos que ganábamos velocidad con demasiada facilidad. No era común ver a mi primo conducir a más de 90 Km/h bajando un puerto de montaña con cara de parecer normal. El frenazo no se hizo esperar, y el coche quedó atravesado en la carretera. Cuando por fin llegamos a nuestro destino y con los pantalones sospechosamente húmedos, descubrimos la trama. Efectivamente el flamante volvo de mi primo no tenía ningún problema, fueron los dos chicos que bajaron en moto los que planearon la broma en un instante y la mecánica hizo el resto.

➡️PULSAR AQUÍ PARA LEER MÁS HISTORIAS DE MIEDO DE ANECDONET⬅️