Karl Barth encarna al ser humano que interroga. Su modo casi metódico de interrogar lo comparte, si evocamos alguna figura clásica del pensamiento antiguo y moderno, con Sócrates o Descartes, dejando aparte cualquier otra diferencia. Sócrates y Descartes parten también de puras preguntas y tratan de salir de ellas, cada uno a su modo, desde un punto inicial, un punto firme. Para Barth el punto firme es más bien... un punto en movimiento, el ser humano mismo, que no se ha detenido jamás en su dialéctica, bajo la mirada de un Dios que lo acompaña. Nadie está nunca solo. Dios no es solitario, pero tampoco el hombre lo es, ya sea porque se confronta continuamente con Dios (cuya imagen es y de quien no puede prescindir ni en su dialéctica histórica e inmanente), o bien porque en torno a sí el hombre también tiene siempre a otras personas, compañeros de camino en la misma búsqueda y en el mismo itinerario.