11. El
trono del Niño
Salvarás a los hombres y a los borricos (Salmo 35, 7).
llamaba Moreno y nació en Belén justo
dos años antes que Jesús y precisamente en la posada de Joaquín, donde no
encontraron alojamiento María y José.
circunstancias de su venida a este mundo fueron especialmente confortables,
pero a él y a su madre les importó muy poco, ya que Moreno era un borrico, y su madre, una pollina de nombre canela, propiedad de un mercader venido
del Oriente llamado Hammad.
podía llevarse de viaje un burro recién nacido. Así que, tras detenerse en
Belén los días precisos para que Canela se
recuperara del parto, decidió vender el asno a quien lo quisiera.
que estaba al quite, lo compró a precio de saldo.
conste que te hago un favor —le dijo el mesonero—. ¿Quién va a querer un animal
de leche?
me muere, que es lo más probable, lo pierdo todo…
Moreno no parecía dispuesto a
morirse. Al contrario: crecía fuerte y saludable en el patio de la posada,
donde pasó los primeros meses de su vida.
Una
día, muy de mañana, Salomé, que era la encargada de cuidar al animal y le
había tomado cariño, despertó con sus gritos a todos los huéspedes:
Moreno le ha salido una estrella en
la frente!
La
cosa, a primera vista, no parecía alarmante. Todo el mundo sabe que los burros
suelen tener manchas en cualquier parte del cuerpo, y alguna puede incluso
parecer una estrella. Lo que ocurre es que esas marcas, o son de nacimiento, o
al menos tardan meses en formarse. Por eso se asustó tanto la empleada cuando
comprobó que aquella había salido en unas pocas horas.
segura de que es nuestro burro? —le respondió Joaquín desde su habitación—. Fíjate bien, no sea que algún aprovechado nos haya dado el cambiazo.
Salomé no se equivocaba. Moreno se
había convertido en un señor borrico con personalidad bien definida: era
fuerte, lustroso e incluso apuesto, dentro de lo que cabe. Nadie que lo
conociera podía confundirlo con otro.
cabía una explicación:
verdad se lo digo, señor Joaquín. Este burro va a ser algo grande, porque Yavé
le ha besado en la frente y le ha marcado con un lucero blanco.
días después, sin que nadie supiera la razón, Moreno se escapó de la posada y tomó el camino del Norte.
A
Salomé le entró una llorera más que regular, que era su forma tradicional de
defenderse de las iras del amo. Pero en esta ocasión no hacía falta: más que
enojado, Joaquín se encontraba perplejo.
aseguro, Susana, que no lo entiendo —explicaba a su mujer—.
encontraba a gusto con nosotros, y para Salomé era como de la familia. ¿Por qué
se habrá ido?
te preguntes por qué hacen tal o cual cosa los animales —le respondió,
sentenciosa, Susana—. Como no tienen inteligencia, Yavé piensa por ellos, les
fija su destino y les va marcando su ruta. Olvídate de él. Si Dios lo tiene
dispuesto, volverá a nosotros algún día. Si no, siempre estará en sus manos.
miró a su mujer como si acabara de conocerla:
sé a dónde vamos a parar —masculló por lo bajo—. Ahora hasta las mujeres hablan
como si fueran profetas. A este paso, terminarán por aprender a leer y a
escribir.
* * *
Gabriel, ¿estás seguro de que este cuento… es un cuento?
Arcángel miró a Zabulón:
Zabulón. No lo es. Pero como no se me ocurre ninguno, no tengo más remedio que
contarte historias que han ocurrido de verdad. ¿Quieres que lo dejemos por hoy?
por favor. Sigue… ¿Qué pasó con el borrico?
te parece, él mismo te lo puede decir.
te estás riendo de mí otra vez. Los borricos no hablan. ¿Crees que no lo sé?
hablan las estrellas —respondió San Gabriel—, y sin embargo yo me paso las
horas charlando con una…
cuándo has visto que los arcángeles se dediquen a contar cuentos a los
pastores caprichosos? Lo que ocurre es que vivimos tiempos muy especiales,
Zabulón: cuando el Cielo está de fiesta, puede suceder cualquier cosa en la
tierra. Es posible también que tú estés soñando. Y en sueños hasta los borricos
hablan.
dormido yo?
lo sé… Por si acaso es mejor que te calles. Así no corres el riesgo de
despertarte. Y escucha lo que te cuente Moreno.
* * *
el centro del patio. Primero me hacía el dormido para que Salomé se retirase.
Luego esperaba un poco más, y cuando estaba seguro de que todos descansaban, me
ponía en pie y, paso a paso, como de puntillas, me dirigía hacia el estanque.
Yo procuraba beber haciendo el menor ruido posible. Me encantaba
ver el agua en calma como si fuera un espejo negro. Era mi única diversión
asomarme a aquel pozo lleno de estrellas.
Un día, de pequeño, vi la luna reflejada en el fondo, y traté de
comérmela de un bocado. ¡Cómo se reía Salomé cuando vio que metía mi cabezota
en el agua! Naturalmente me dio un ataque de tos y por poco me ahogo.
Pero Salomé, que es muy buena, me explicó que la luna, en realidad,
está en el firmamento, y que esas luces diminutas que parecen llenar el agua de
burbujas de oro, son astros enormes que Yavé enciende durante la noche para
que los hombres no se olviden de mirar hacia el cielo.
Sin embargo un día apareció la estrella nueva. Era tan diferente de
las otras que estaba seguro de no haberla visto jamás. Y me olvidé de que no
estaba en el agua, sino en el cielo, y volví a meter mi cabezota para buscarla,
y cuando la saqué chorreando, comprendí que algo grande me había ocurrido: la
estrella me había marcado la frente y yo tenía otro dueño.
Me marché en cuanto vi la primera oportunidad. No voy a decir que me
daba pena —los borricos somos por lo general poco afectuosos—, pero sí que me
costó dejar a Salomé.
Enseguida me encontré con Rafael. Estaba sentado junto al camino, y
cuando llegué a su altura, me tomó del ronzal y me dijo:
esperando. ¿Me llevas?
Se me montó encima. Era la primera vez que llevaba a alguien sobre
mis lomos, y me gustó. Enseguida se puso a hablar:
nombre y a dónde vamos. Tienes derecho a saberlo.
Yo, que en efecto me había hecho esas tres preguntas, estiré las
orejas para escuchar con más atención.
borricos jóvenes. Te he parado en el camino porque tienes por delante un largo
trayecto y Dios quiere que lo recorras sin incidentes. Y te conozco, porque yo
mismo te diseñé hace miles de siglos en el Cielo cuando Yavé nos explicó que
necesitaba un trono para su hijo y un vehículo utilitario para su familia de
la tierra.
que es infinitamente sabio y único Creador de todo lo que existe; pero, como le
gusta darnos trabajo, convocó entre los ángeles un concurso de diseño…
Estuvo reñida la prueba: hubo proyectos fantásticos que fueron desechados quizá
por excesivamente aparatosos.
ideada por Galbadiel, de largos zancos y ojos saltones, capaz de correr a gran
velocidad incluso sobre las arenas del desierto, y tú, mi borrico. Con tu
retrato gané el primer premio del concurso.
con el único fin de que nacieras tú, ya que has sido elegido para ser trono del
Altísimo.
africanas.
momento, volví la cabeza hacia el Ángel y le dije:
posada donde vivo he visto montones de animales mucho más fuertes y grandes,
pero sobre todo más hermosos que yo. ¡Si vieras los caballos que vienen de
Arabia…! Ellos sí que cumplirían esa misión con dignidad.
respondió el Arcángel—. Para llevar a Dios y a su Madre nadie está suficientemente
preparado. Tú tampoco.
que eres el elegido por Yavé, y no vale la pena preguntarse por qué; la
segunda, que bastará con que te mires al espejo para que comprendas que Dios no
se ha fijado en tu belleza ni en tus dotes físicas. Esos caballos de los que me
hablas son verdaderamente magníficos tanto que correrían el peligro de
creerse dignos de llevar al Mesías. Tú no. Eres un borrico gracioso, pero nada
mas…
habíamos llegado a la provincia de Samaria, y seguíamos camino de Galilea. Lo
extraño es que Rafael no necesitaba descansar, y tampoco yo sentía la menor
fatiga. Íbamos deprisa, sin detenernos para comer o para dormir. Yo meditaba
las palabras del Ángel, y de vez en cuando le respondía…
Dios se ha fijado en mí por mis méritos. Pero podría haber buscado a un burro
con más experiencia. Yo todavía no he empezado a trabajar.
el primero que se me ha montado encima?
aún sin estrenar. ¿Por qué crees que no sientes ningún cansancio? Pero no le
des vueltas, borrico: Dios va a ser tu único pasajero, y lo llevarás siempre
por los caminos de Israel.
¿no voy a tener un establo propio, ni una tierra donde descansar?
y en estrellas a las que seguir… Es verdad que también te caerá alguna
pedrada; pero no te preocupes: no te apuntan a ti, sino al que llevas encima.
Será un gran honor para tu piel de burro sufrir los golpes destinados a Jesús, y
poder mostrar las cicatrices de esas heridas. ¿No te parece?
Dos días más tarde llegamos a Nazaret. Yo ni siquiera me di cuenta
de que era el final del trayecto: tan embebido iba en la conversación con el
Ángel.
niña que estaba a mi lado y me acariciaba la frente:
Desde entonces he recorrido muchos caminos. La llena de Gracia me
llevó de nuevo a Judea, a la casa de su prima, en Ayn Karim; luego regresé a
Nazaret; pero enseguida tuvimos que salir otra vez de viaje. Cuando comprendí
que nuestro destino era Belén, me puse un poco nervioso, y casi me muero del
susto cuando mis amos llamaron a la puerta de la posada. Quizá no me reconoció
Joaquín. Ya se sabe que los hombres tienen peor memoria que los borricos.
ningún otro animal. Algunos dicen que el Señor me puso en el Portal para
calentar al Niño con mi aliento. No es así: a Jesús le basta con el calor del
regazo de María. Yo soy sólo el trono del Rey y el primer juguete de un recién
nacido, que ya ha aprendido a tirarme de las orejas.
Me ha dicho el Ángel que debo estar preparado, porque nos espera un
largo viaje. Iremos a Egipto. Siempre he querido conocer las pirámides.
* * *
borde del pesebre y miraba al Niño casi con ternura.
cosa, y es posible que lo que pido a Yavé sea excesivo para un burro… Verás:
cuando nació Jesús, hubo por aquí una gran concentración de ángeles. Llegaban
de todos los puntos del firmamento. Había ángeles azules como el cielo; otros
eran blancos como la luna o resplandecientes corno las estrellas. Y, aunque
eran millones, todos cabían en la gruta y pudieron ver al recién nacido. De
pronto un serafín tomó una batuta plateada, acalló los murmullos y comenzó a
dirigir el coro. Fue maravilloso. Hasta las aves guardaron silencio para
escuchar el villancico. Yo entonces pensé que también debía intervenir: al fin
y al cabo —me dije— juego un papel importante en esta historia. Así que abrí la
boca, e intenté la segunda voz… ¡Qué horror! Algunos ángeles escaparon
volando corno aves asustadas. Rafael me miró con una cara que ni te cuento;
Jesús se despertó con una llorera espantosa, y yo me puse todo lo colorado que
es posible para un borrico. Desde entonces ya casi ni me atrevo a respirar…
gracia para mí?
supuesto. Bastaría con que me diesen un poco de oído (orejas no me faltan) y
una voz algo más afinada para que no se asuste el Niño.
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