Mi querida cuñada, es con un corazón lleno de amor y cariño que te escribo esta última carta. Aunque me duele profundamente tu partida, me consuela saber que has encontrado la paz en los brazos de nuestro Creador. Fuiste una luz de esperanza y un ejemplo de amor cristiano en cada acto de tu vida, mostrándonos cómo vivir con fe y cómo enfrentar cada desafío con gracia. Rezo para que estés disfrutando del merecido descanso celestial y que la Virgen María te acompañe siempre. Tu memoria y tu espíritu vivirán en nosotros, inspirándonos a seguir tu ejemplo de bondad y fe inquebrantable. Con todo mi amor y gratitud, te digo adiós, pero nunca olvidaré los lazos que nos unieron.