Mi querida cuñada, esta es mi última carta para ti, escrita con un amor que trasciende las palabras y una fe que nos une más allá de la vida terrenal. Fuiste una bendición en mi vida, un ejemplo de fortaleza y bondad. Cada conversación, cada gesto de cariño, ha dejado una huella indeleble en mi corazón. Aunque siento una profunda tristeza por tu partida, me consuela saber que has sido acogida en el reino celestial, donde la paz y el amor de Dios envuelven tu alma. Te recordaré en cada oración y cada misa, pidiendo que los ángeles te cuiden y que la luz perpetua brille sobre ti. Gracias por todo, querida cuñada. Hasta que nos encontremos de nuevo.