«Señor, te he llamado, ven deprisa, escucha mi voz cuando te llamo”. Al decir «te he llamado», no creas que ya ha cesado el motivo de llamar: has llamado, pero no por eso puedes estar ya seguro. Si hubiera terminado ya la tribulación, no tendrías que llamar más; pero como la tribulación de la Iglesia y del cuerpo de Cristo continúa hasta el fin de los siglos, no sólo hemos de decir: «Te he llamado, ven deprisa», sino también:»escucha mi voz cuando te llamo».

(S. Agustín, Comentarios sobre los salmos)