La edificación de la Basílica del Valle de los Caídos tuvo lugar entre 1940 y 1958, bajo la dirección de dos arquitectos: Pedro Muguruza hasta 1950 y Diego Méndez desde este año, cuando sustituyó al primero por motivos de enfermedad. La decisión partió del propio Jefe del Estado, Francisco Franco, por unos decretos de abril de 1939 y abril de 1940.

Desde el principio se dispuso que el Estado español, recién salido de una terrible guerra, no invirtiera una sola peseta en su construcción. Para poder financiarlo, se destinaron los fondos sobrantes de la denominada “suscripción nacional”, es decir, las aportaciones materiales voluntarias hechas para financiar al “bando nacional” durante la guerra. Como luego se vio que no era suficiente, desde 1957 se realizaron unos sorteos extraordinarios de “Lotería Nacional” y a ello se añadieron algunos donativos particulares. Tales sorteos se habían celebrado en los años anteriores para la reconstrucción de la Ciudad Universitaria de Madrid, que había quedado arrasada por ser frente de batalla durante los tres años de la guerra.

En las obras de construcción participaron principalmente trabajadores libres y un porcentaje menor, aunque significativo, de presos, éstos entre los años 1942 y 1950, en régimen de redención de penas. La presencia de éstos encuentra su causa en la organización del sistema penitenciario español, que contemplaba la existencia de la “Obra de Redención de Penas por el Trabajo”, bajo la dirección de un Patronato Central que recogía las peticiones voluntarias de los presos que deseasen reducir el tiempo de su condena por este medio, además de cobrar un salario igual al de los trabajadores libres del ramo y en el lugar, y de disponer de una serie de ventajas (seguros sociales, amplia libertad de movimientos y trato normal con empleados libres, visitas y estancias de familiares, mejor alimentación, etc.). Algunos de ellos permanecieron trabajando como libres después de redimir su tiempo de condena.