Durante la Segunda Guerra Mundial, un prisionero en el campo de concentración de Auschwitz se hizo amigo de un gorrión que había anidado cerca de su barraca. A pesar de las condiciones brutales del campo, el prisionero compartía su comida y agua con el pájaro y le hablaba en voz baja para calmarlo.

Un día, el prisionero notó que el gorrión parecía enfermo y débil. A pesar de que no tenía acceso a ningún tratamiento médico para el pájaro, decidió cuidarlo y mantenerlo caliente en su bolsillo. Durante varios días, el prisionero cuidó del pájaro con todo lo que estaba a su alcance, pero finalmente, el gorrión murió.

A pesar de su pérdida, el prisionero recordó cómo la amistad con el pájaro le dio fuerzas para seguir adelante y mantener su humanidad en un lugar donde se hacía todo lo posible para destruirla. Esta historia puede ser vista como una muestra de la conexión que puede haber entre el ser humano y la naturaleza, incluso en las circunstancias más extremas.