Uno de los grandes amores de Rosa fue su amigo el ángel
custodio. De él se habla varias veces en su vida.
Dice el padre Pedro de Loaysa que, una noche, viendo que se
había pasado la hora y que no venían a abrirle, se asomó a la
ventana de su celdita con cuidado y vio una cosa blanca que subía
hacia la puerta de la huerta. Salió la santa de su celda, cerró la
puerta y siguió a aquella sombra blanca y, cuando llegó a la puerta
de la huerta, se abrió luego sin que la santa lo supiese ni viese.
Debió ser el ángel que no quiso que faltase a la obediencia.
Testifican esto los mismos confesores.