El robot que quería ser niño 

Tener corazón 
Había una vez un robot que se aburría de ser máquina. 
Un día salió a la calle en busca de algo que le hiciera feliz. Vio a unos niños que iban con extraños ropajes y sus ojos metálicos se pusieron a brillar por dentro de alegría. 
—Yo quiero ser como vosotros—dijo a un niño que iba jugando con una compañera. 
—Pero tú no tienes rostro, ni cara, ni ojos a la vista, ni orejas, ni labios… 

Tú no tienes corazón. 
—¿Qué tengo que hacer para tener corazón?
SIGUE

 El niño no respondió. 

Hizo un leve gesto con la mano y se marchó con sus compañeros cantando y bailando. 
EL robot no entendió si le había dicho adiós o quería invitarlo a que le siguiera. 
Y allí quedó. 
Estaba cada vez más triste y apenado.
 Como no podía aguantar tanta tristeza, fue a las tiendas en busca de un corazón. 
Un joyero le sacó muchas muestras de corazones de oro, todos brillantes y resplandecientes. 
EL robot se los puso al cuello, pero, sin saber por qué, se entristecía cada vez más. 
Salió a la calle y vio a un guardia. 
—Déme un corazón, señor guardia, que quiero dejar de ser una máquina. 
EL guardia llamó a otros señores y al poco rato llegaron unos hombres con unos vestidos muy raros. 
Consultaron unos libros y buscaron un corazón. Se lo dieron… 
Era un corazón de piedra, bonito y precioso y muy bien pulido. 
Pero el rostro del robot seguía serio por fuera y triste por dentro. 
Y alguien dice que hasta lloró, porque ya no podía con tanta tristeza. 
Se pasó un buen rato llorando llora que te llora… 
Y no veía nada claro. 
Hasta que escuchó unas voces cada vez más cercanas y se de dio cuenta de que unos niños y niñas se le acercaban cantando. 
Se puso en pie enseguida, se limpió la lágrimas por dentro, se las dio de muy valiente y les preguntó: 
—¿No me podríais dar un corazón? 
Los niños se pararon junto a él y comenzaron a cantar una canción mientas bailaban a su alrededor: 
Tú ya tienes corazón. Quita las vendas de los ojos, mira lo que hay a tu lado y pon en tu vida más amor. Y al robot se le empezaron a oxidar los cables, y los tornillos y toda su maquinaria. 
Y allí dentro, muy dentro, apareció, pequeñito y frágil, un corazón. Y poco a poco todo él se fue llenando de carne, y de alegría, y de amor. 
D Alberto Portolés