No sé si os habrán contado, en vuestra , la fábula de aquel campesino, al que regalaron un faisán dorado. 

Transcurrido el primer momento de y de sorpresa por ese obsequio, el nuevo dueño buscó dónde podría encerrarlo.

Al cabo de bastantes horas, tras muchas dudas y diferentes planes, optó por meterlo en el gallinero.

Las gallinas, admiradas por la belleza del recién venido, giraban a su alrededor, con el asombro de quien descubre un semidiós. En medio de tanto alboroto, sonó la hora de la pitanza y, al echar el dueño los primeros puñados de salvado, el faisán — por la espera— se lanzó con avidez a sacar el vientre de mal año. 

Ante un tan vulgar —aquel prodigio de hermosura comía con las mismas ansias del animal más corriente— las desencantadas de corral la emprendieron a picotazos contra el ídolo caído, hasta arrancarle todas las plumas. 

Así de triste es el desmoronamiento del ; tanto más desastroso cuanto más se ha empinado sobre sus propias fuerzas, presuntuosamente confiado en su personal .

Sacad consecuencias para vuestra vida diaria, sintiéndoos depositarios de unos talentos —sobrenaturales y humanos— que habéis de aprovechar , y rechazad el engaño de que algo os , como si fuera fruto de vuestro solo .

Acordaos de que hay un sumando —Dios— del que nadie puede prescindir.

Autor San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, capítulo 7 nº 107