Querido tío, en este momento de despedida, recuerdo cada lección que compartiste conmigo, cada historia que me contaste, y cada acto de bondad que observé. Fuiste más que un tío para mí; fuiste un verdadero guía y mentor, una luz en mi camino hacia la fe. Me enseñaste a valorar cada don de Dios, a vivir cada día con propósito y a amar sin reservas. Gracias por ser un ejemplo viviente de las virtudes cristianas, por tu paciencia infinita y por tu sabiduría. Aunque ahora estás en los brazos del Padre Celestial, las oraciones que ofrecemos por ti son un puente que nos une a través del amor y la esperanza. Confío en que estás en un lugar de paz y felicidad eterna, rodeado por la luz de Dios. Seguiré tu ejemplo, esforzándome cada día por ser mejor y por caminar por el sendero de la rectitud que me mostraste. Gracias por todo, mi querido tío y mentor. Hasta que nos encontremos de nuevo, te llevo en mi corazón y en mis oraciones. Descansa en la gloria del Señor.