Querido tío, mientras tomo la pluma para escribirte esta carta de despedida, mi corazón se llena de gratitud y recuerdos. Has sido una fuente de sabiduría y amor en mi vida, y aunque ahora te has ido, las enseñanzas que me dejaste perduran. En cada paso que dabas, vi el reflejo de las enseñanzas de Cristo, mostrándome cómo vivir una vida llena de compasión y fe. Agradezco a Dios por cada momento que compartimos, desde las tardes tranquilas hasta las grandes celebraciones en familia, donde tu presencia era un recordatorio de la bondad y la misericordia divina. En las oraciones, encuentro consuelo, sabiendo que la Virgen María te guía hacia la paz eterna y que estás en un lugar sin dolor ni tristeza, contemplando la gloria de nuestro Señor. Gracias, querido tío, por todo lo que has hecho por mí y por nuestra familia. Guardaré cada enseñanza tuya como un tesoro y prometo continuar tu legado de amor y fe. Hasta que nos reencontremos en la casa del Padre, descansa en paz.