Mi querido tío, mientras escribo estas palabras de despedida, lo hago con el corazón lleno de fe y esperanza en las promesas de Cristo, que nos asegura un reencuentro en su eterna gloria. Tu vida fue un testimonio de amor y devoción, no solo hacia tu familia sino hacia todos los que tuvieron el privilegio de conocerte. A través de tus acciones, me enseñaste la importancia de vivir conforme a los preceptos católicos, con generosidad y un corazón abierto. Te recordaré en cada Misa, ofreciendo oraciones por tu alma, confiando en que María Santísima te acompañe en tu camino hacia la luz divina. Gracias por todo lo que has hecho por mí. Descansa en paz, sabiendo que tu legado vive en los que dejaste atrás.