Querido tío, en este momento de despedida, me aferro a la fe y a la esperanza que nos brinda el Señor, sabiendo que Él ha preparado un lugar para ti en su morada celestial. Fuiste un reflejo del amor de Dios, guiándome con tu sabiduría y bondad a lo largo de mi vida. Los momentos que compartimos y las lecciones que impartiste serán un tesoro que guardaré siempre. En cada oración, te recordaré y pediré por tu descanso eterno, confiando en que la Virgen María te cobije bajo su manto. Adiós por ahora, hasta que nos encontremos en la paz del Señor.