Con San Bernardino ocurrió un hecho insólito. Sin esperar a que traspasase el umbral de la muerte fue nombrado patrono celestial de la ciudad de Lecce (Italia). Fue apóstol durante 42 años y, cuando estaba a punto de morir, el alcalde de la ciudad se acercó al moribundo y le leyó un documento: «Grande es nuestro dolor al ver que nos dejáis. Vuestra inagotable caridad nos permite esperar que queráis ser nuestro protector y patrono en el paraíso, pues por tal os elegimos desde ahora para siempre». El anciano padre hizo un supremo esfuerzo y pudo pronunciar un «Sí, señores». Este santo se entregó al cuidado pastoral de los presos y de los enfermos, y al ministerio de la palabra y del sacramento de la penitencia.