Era tan modesta y recatada en el sentido del oído que no podía
de ninguna manera sufrir que en su presencia se hablase en
deshonor de nadie ni cosa que no fuese lícita y permitida… Y, si
algunos niños cantaban delante de ella algunos cantares o palabras que no sonasen bien, luego lo estorbaba y les enseñaba otro
cantar a lo divino, por excusar que no cantasen cosas profanas. En
su mirar, era tan recatada y cuidadosa que admiraba a esta
testigo… y, cuando hablaba con alguna persona de cualquier
calidad que fuese, nunca la vio esta testigo alzar sus ojos para
mirarles el rostro, particularmente si eran hombres.