Construir el amor de José Pedro Manglano

No hay crisis sin vida, por lo que la crisis es síntoma de que hay vida, de que hay amor. Pero es precisamente la vitalidad de ese amor la que exige, en un momento determinado, que se la depure de adherencias mortecinas, de esquemas pequeños, egoístas o desgastados.

Toda crisis, sea la que sea, es una posibilidad de ascender en la calidad del amor. Las crisis son fuente de vida.Y, a veces, necesariamente fuentes de vida. Como solemos decir de tantas cosas en la vida: crecer o morir.

El amor de la pareja no puede subsistir sin superarse, sin elevarse, sin volver a encontrarse en un plano más elevado.

El salto de un nivel del amor al siguiente es delicado y doloroso, es crítico. Y muchas veces identificamos la crisis con una especie de sentencia que viene a decir algo así como «la muerte de mi relacion de amor ha empezado».

Con la paciencia alcanzamos la madurez.

El amor necesita nuevas entregas, nuevos lazos.

Crecer en amor duele.

Muchas crisis – matrimoniales y del amor – se dan por tensión laboral, por no tratarse, por no mirarse, por no perder el tiempo sosegadamente con quien se ama.

El agotado sólo exige que se le contemple y es incapaz de contemplar.

Cuentan que en cierta ocasión le dijo Dios a Santo Tomás:
-Has escrito bien sobre mí, Tomás. ¿Qué quieres de premio?
Nada distinto de ti – le contestó.

Los grandes amores se levantan con mil detalles inapreciables, y se desploman despreciando esos mismos mil detalles.

Los celos son una fábrica de resentimientos y de desconfianzas que destruyen a la persona y, por supuesto, al amor.

Vivir la disciplina de la alegria es obligarse a mirar la luz, aunque haya mucha oscuridad. Elegir fijarse en la verdad, aunque haya mucha mentira. Elegir centrar la atención en lo positivo, aunque haya mucha negatividad. Elegir lo que es vida, aunque se nos muestren abundantes realidades de muerte, infidelidades, traición y egoísmo.

El amor se alimenta de ahoras.

Desamar el presente e idealizar el futuro son dos tentaciones. y la tercera tentación es instalarse en el pasado.

Ejercitarse en la disciplina de la amabilidad supone un conyinuo esfuerzo por tocar la música para el otro, de buscar el mundo de sus intereses, de adaptarse a la necesidad o preferencia del otro.

Ser amable: esa es la permanente juventud en el amor.