Nuestro cuerpo “no es en absoluto una sustancia perversa, puesto que puede ser un arma de santidad y de justicia (…). Nuestro cuerpo está situado entre el vicio y la virtud. Es un arma que podemos libremente destinar para un uso u otro.
El soldado que combate para la defensa de su patria emplea las mismas armas que el criminal que atenta contra la vida de sus conciudadanos (…).
Así pues, el cuerpo puede ser instrumento del bien o del mal según la elección del alma y no por una disposición natural”

(San Juan Crisóstomo, Hom. Sobre Rom. 11)