Adán y Eva estaban desnudos y no sentían vergüenza de ello, pues tenían una mente inocente y no podían representarse en espíritu ni pensar ninguna de las cosas que, bajo el dominio del mal, nacen en el alma a través de deseos voluptuosos y placeres vergonzosos. Estaban en un estado de integridad, conservaban su naturaleza en buen estado, pues el soplo que había sido infundido en su carne modelada era un soplo de Vida.

Ahora bien, mientras este soplo permaneció intacto y con toda su virtud, no es posible imaginar concebir cosas innobles. Por esta razón no tenían vergüenza alguna de besarse y de abrazarse, pues lo hacían con pureza de intención, inocentemente”. (“inocentemente” lo traduciría como “sin doblez”).

(S. Ireneo, Demostración de la enseñanza apostólica)