Cuando se tiene la experiencia de la dirección espiritual, generalmente se detecta bastante pronto lo que viene de Dios y lo que viene de la «carne» en el sentido paulino del término, dicho de otro modo, del psiquismo herido.
Frente a las dificultades de la vida, alguien puede tender sistemáticamente a autoinculparse; otro se creerá siempre obligado a apretar los dientes y esperar que pase; y otro mostrará la tendencia a acusar y echar la culpa a los demás; los hay que se creerán llamados al heroísmo, que no es en modo alguno lo que Dios les pide; o aquel tendrá un miedo terrible a mostrarse débil porque siempre le han exigido que sea fuerte; algunos practican la negación de la realidad, otros la huida hacia delante. Podríamos multiplicar los ejemplos. En la mayoría le las ocasiones, eso produce frutos de rigidez, de inquietud y de tensión.

(Jacques Philippe, “Llamados a la vida”, p. 90)