Edward Tronick (2007) realizó un experimento famoso en los sesenta en la Universidad de Harvard, en el que observó a cientos de madres interactuar con sus infantes de diez meses.

En la primera parte del experimento, Tronick instruía a las madres a jugar con sus bebés y sonreírles, para luego de unos minutos, pedirles que corten el juego y pongan una cara inexpresiva. La mayoría de los bebés continuaba gesticulando alegremente, intentando reconectar con la mamá, pero al poco rato, al ver que la madre no reaccionaba, se echaban a llorar de manera ansiosa.

Luego la instrucción era que las mamás retomasen el juego; sin embargo, los bebés necesitaban de varios minutos para recuperarse y volver a jugar.

Los bebés eran monitoreados con imágenes cerebrales y análisis de sangre, y descubrieron que, cuando la madre y el pequeño experimentaban sintonía empática, los dos producían la hormona oxitocina, que es la que nos hace sentir emociones de conexión, serenidad, alegría y saciedad.

Pero observaron también que, cuando la madre dejaba de jugar y no reaccionaba, el bebé empezaba a segregar altos niveles de cortisol.

Con estos resultados se pudo demostrar que las experiencias de conexión y desconexión producen cambios significativos en nuestra neurobiología y desarrollo de nuestro sistema nervioso. Asimismo, en este experimento se pudo observar que, cuando los esfuerzos sistemáticos por captar la atención de otro resultan ineficaces, varios volcaban la atención hacia adentro para jugar consigo mismos a fin de calmarse.

Es como un switch o palanca que los lleva a desconectarse del entorno hostil para entrar a un mundo interno más seguro y controlado (que es el de sí mismos).

Por eso los bebés despechados se chupaban el dedo, se balanceaban, murmuraban y evitaban por unos minutos hacer contacto visual con la madre. Luego de la desconexión, los bebés necesitaban unos minutos (algunos más, otros menos) para reestablecer la confianza e intentar de nuevo el juego.

Algunos tenían mucha dificultad para reparar la desconexión, y necesitaban de muchos más esfuerzos de la madre para volver a hacer contacto visual. Pero la mayoría de los bebés lograba reconectar, lo cual es un recurso muy importante: poder reparar conexiones frustradas y restablecer la confianza básica en sus cuidadores.

Rachel Watson & Brian Shannon (Felicidad compartida: Guía práctica para una vida en pareja)