Ni es tétrico ni mal gusto: es simplemente convivir con una buena compañera, y hermana: la muerte; y, de vez en cuando recordar que hemos de morir y contemplarnos como somos ahora y cómo  seremos, ya cadáveres, para que ello nos lleve a la humildad del polvo…


«Al ver mis horas de fiebre»
Al ver mis horas de fiebre
e insomnio lentas pasar,
a la orilla de mi lecho,
¿quién se sentará?
Cuando la trémula mano
tienda próximo a expirar
buscando una mano amiga,
¿quién la estrechará?
Cuando la muerte vidríe
de mis ojos el cristal,
mis párpados aún abiertos,
¿quién los cerrará?
Cuando la campana suene
(si suena en mi funeral),
una oración al oírla,
¿quién murmurará?

continúa el poema de Bécquer

 Cuando mis pálidos restos
oprima la tierra ya,
sobre la olvidada fosa.
¿quién vendrá llorar?
¿Quién en fin al otro día,
cuando el sol vuelva a brillar,
de que pasé por el mundo,
¿quién se acordará?

Gustavo Adolfo Bécquer