Tempus fugit

Siempre se escapa saltando de rama en rama o de tejado en tejado,
procurando no estar al alcance de cualquiera al que se le antoje
encerrarlo entre cortinas. Va y viene como si tal cosa, devorando los
pomos de las puertas y tosiendo por debajo de los coches cuando las
ruedas empiezan a oprimirle. Si te atreves a mirarle, él te sonríe o
te araña, se queda a merendar o desaparece. Siempre sale, siempre,
con algún recuerdo los domingos por la tarde y van de la mano por las
calles, los parques, las fuentes y las caras de los transeúntes que
les miran, tal vez, con ojos curiosos y puños polvorientos.

Continúa...

En sus ratos libres, dicen, se dedica a coser imágenes unas con otras
sin orden aparente. Las atrapa con su pico blando, las alimenta hasta
que crecen con paciencia de madre y cuando aprenden a caminar y
correr por sí mismas, las coge de una en una y las une con hilo
transparente, hermanas con hermanas, en un abrazo inmenso que
desordena todo. Alguna de ellas, las más pequeñas y revoltosas,
logran escapar de vez en cuando y aletean incesantemente de dentro a
fuera de uno mismo. Intenta cogerlas nerviosamente, consiguiéndolo a
veces, pero muchas de ellas se escurren entre los dedos y acaban en
el desagüe del vecino de abajo o en las estanterías de alguna
biblioteca.

Cuando empieza a sentir el peso de la noche prefiere apagar las luces
e instalarse de improviso bajo la almohada de algún desperezado,
hablarle quedo al oído, colarse por sus poros, extraer las lágrimas
del fondo y bebérselas en una copa de vidrio transparente, darle las
buenas noches como lo hacía su madre o su abuelita e irse de nuevo
como una sombra por la rendija de debajo de la puerta. Aunque algunas
veces decide instalarse una temporada, cuando le ha parecido
horriblemente hermoso o triste y no ha reunido fuerzas para arrastrar
la maleta y sacar el billete de ida. Es en esas ocasiones cuando se
vacían las paredes y el sol parece estar digiriendo a la luna,
anclados para siempre en el mismo punto de hace horas, días, quizá
meses. Pero es sólo en apariencia. Él lo sabe, no debe parar nunca de
moverse, como un corazón inquieto que busca siempre su oxígeno y no
cesa porque es joven y fuerte y tiene vida.

por Mishie