En esta época en que ella calificaba su oración de «miserablemente seca y helada», era muy eficaz para otras personas. Una carta suya revela este modo de orar por los demás en los años de impenetrable oscuridad:
«a menudo, durante la Adoración –– pasan por mi cabeza las caras de las personas que conozco y los recuerdo ante Jesús. –– Haga esto por mí como yo lo hago por usted. Recuerde mi rostro ante Jesús».