“¡Madre mía! Las madres de la tierra miran con mayor predilección al hijo más débil, al más enfermo, al más corto, al pobre lisiado… -¡Señora!, yo sé que tú eres más Madre que todas las madres juntas… Y, como yo soy tu hijo… Y, como yo soy débil, y enfermo… y lisiado… y feo…

Señora y Madre mía, tú me diste la gracia de la vocación, me salvaste la vida siendo niño, me has oído muchas veces… Acuérdate: hazme santo. Si me dejas sólo -lo sabes bien- no seré otra cosa más que estiércol, un pobre borrico sarnoso.

No me dejes, ¡Madre!: haz que busque a tu Hijo; haz que encuentre a tu Hijo; haz que ame a tu Hijo… ¡con todo mi ser! -Acuérdate, Señora, acuérdate.”

(San Josemaría)