El 12 de enero de 1860 Don Bosco llamó al joven Bartolomé C. a su habitación y le dijo: -“He visto en sueños que la muerte te amenazaba. Se acercaba a ti con el deseo de llevarte a la eternidad. Al ver esto, corrí inmediatamente a impedir que la muerte te llevara, pero oí una voz que me dijo: – ¿Para qué dejar que siga viviendo a uno que quiere seguir en pecado y no quiere hacer caso a las invitaciones que tú le haces para que empiece a tener un buen comportamiento y abusa de las gracias que Nuestro Señor le concede? Yo rogué para que te alargaran la vida y lo obtuve.

Aquel pobrecito, al oír el relato de este sueño quedó tan preocupado y conmovido que entre lágrimas y sollozos hizo su confesión de toda su vida y formuló muy buenos propósitos que luego se esmeró por cumplirlos lo mejor posible.

Y Bartolomé le contaba luego al Padre Bonetti que desde su primera comunión nunca más se había confesado bien, pero que desde que Don Bosco le contó este sueño había arreglado completamente las cuentas de su conciencia con Dios.

¿Se podrá decir de nosotros esa frase terrible que oyó Don Bosco respecto al joven? ¡Ojalá que no!