El 28 de noviembre de 1861, cuando muchos de los jóvenes estaban recién llegados al Oratorio de Don Bosco y todavía no estaban acostumbrados a rezar atentamente, el Santo les contó este sueño: “Soñé que estábamos todos reunidos en la Iglesia y empezó la Santa Misa. Y entonces entraron al Templo muchos hombrecitos vestidos de rojo y con cuernos, o sea unos diablillos, y se dedicaron a distraer a los jóvenes mientras rezaban.

A uno les presentaban los elementos del deporte, a otros un libro, a varios un plato lleno de golosinas y a algunos les mostraban un armario en el fondo del cual había guardada una buena merienda. A algunos les traían el recuerdo de su pueblo a de su barrio y a otros les recordaban los detalles del último partido de juego. Cada joven tenía un diablillo que trataba de hacerlo pensar en otras cosas y no en las oraciones que estaban haciendo.

Algunos diablillos estaban encaramados en el cuerpo de ciertos jóvenes y se entretenían en acariciarles y alisarles el cabello.

Llegó el momento de la elevación de la hostia, y al toque de la campanilla los jóvenes se arrodillaron, y todos los diablillos desaparecieron, menos los que estaban sobre el cuello, los cuales volvieron la espalda para mirar al lado contrario del altar.

Apenas terminó la elevación, volvieron los diablillos y se dedicaron otra vez de distraer a los jóvenes para que no pusieran atención a lo que estaban rezando.

Creo que la explicación de este sueño es que los diablillos representan las distracciones que nos vienen cuando rezamos. Si rezamos sin pensar en qué es lo que decimos, ni a quién hablamos, ni qué le pedimos, entonces la oración pierde mucha parte de su valor y de su poder.

Los que tienen el diablillo sobre el cuello son los que están en pecado mortal y no quieren dejar ese pecado. El diablo no se les va porque ellos le pertenecen a él, y a éstos les queda mucho más difícil que a los demás hacer oración.