“A aquél que dice: no veo a Dios, ¿tenemos derecho a acusarle de orgullo? Se llama a si mismo ateo, pero ¿está muy seguro de su incredulidad? Su vida es una búsqueda incesante, sólo que mal orientada; y como no encuentra el camino que lleva a la luz, de momento continúa negándola. Pero la inquietud del que busca la verdad, y el dolor del que anhela la virtud, son oraciones que Dios escucha y a las que el día menos pensado dará la respuesta anhelada.”

(Chevrot, “El pozo de Sicar”, p. 34)