Habermas sigue desarrollando en esta obra su análisis del «actuar comunicativo». El trasfondo de la discusión está formado sobre todo por objeciones contra nociones universalistas de moral que se remontan a Aristóteles, a Hegel y al contextualismo contemporáneo. Yendo más allá de la estéril contraposición entre un universalismo abstracto y un relativismo que se contradice a sí mismo, el autor intenta defender la primacía de lo justo entendido deontológicamente sobre lo bueno. «Pero -dice Habermas- esto no significa que las cuestiones éticas en sentido estricto tengan que quedar excluidas de la discusión racional».