uan Andrés García Román deslumbró con El fósforo astillado, una ambiciosa mezcla de imaginación, humor e inteligencia. Era como si su labor como traductor y estudioso de Rilke, Celan y Hölderlin diera sus frutos en una cabeza contemporánea, musical y ahíta de imaginario pop. Por eso es uno de los poetas más admirados de los últimos años. La voluntad de riesgo de su mundo (ingenuo, duro, sentimental, grotesco, lírico) devuelve vigencia a esa herida del pensamiento que llamamos poesía. La adoración es, en cierta medida, un itinerario romántico, dándole a este término toda su complejidad: la reconstrucción de una mitología propia. A medio camino entre la prosa alucinatoria del Kafka de Amerika y la autobiografía lírica de Novalis, este largo poema imprevisible muestra qué cabe en un poema más allá de la poesía, qué hace que un poema sea grande. Uno piensa, ¿cómo se puede ser tan exuberante y certero a la vez? No lo sé, desde luego. Es su secreto. CARLOS PARDO