Flamenco



GUITARRA FLAMENCA
Todos los secretos del toque de acompañamiento de los grandes Maestros de la Guitarra Flamenca, con las voces (limpias, sin guitarra) de los grandes Maestros del Cante.. . Destinado a guitarristas noveles y profesionales, éstos tendrán la oportunidad de a

¡EN ER MUNDO! DE CÓMO NUEVA YORK LE MANGÓ A PARÍS LA IDEA MODERNA DE FLAMENCO 1
Nuestros trotamundos supieron en sus lances por el planeta contrastar que, en efecto, el ser terrestre flamenco ha alcanzado algún que otro logro plausible con su único estilo de rasgar el silencio y modelar el espacio. Habían puesto el flamenco en er mundo. Y sucedió así que los oriundos de su lar, los caseros compatriotas, aprendieron, de cuando en cuando, a disfrutarlo sin rubor y, de vez en vez, lo adoptaron y valoraron. Falta añadir, es lo más suculento, que cuando reaparecieron los expatriados, lo hacían acompañados de nuevos fieles practicantes y con un repertorio mejorado por el intercambio de ingenios con demás terrícolas, alimentando al fin nuestro sano crecimiento. La que viene es parte decisiva de esta rica rica historia, configurada en la Edad Contemporánea con aires de Andalucía, una historia tan flamenca, son son, para que tú la goces, son son, para contársela al viento. ¿Nos acompaña en la batida? Comencemos instruyendo al que no sabe —o no acierta a explicarse. No sé… llámenme simple, táchenme de intrigante o, directamente, pónganme de traidor, pero va a ser que: ¡la abrumadora colectividad de soberanos artistas flamencos, primeros representantes trasatlánticos de nuestros aires, las figuras que sentaron plaza flamenca en NYC y, desde el Manzanón, siguiendo una aventura que en París comenzó, se pusieron el mundo por montera, hechas las excepciones excepcionales, andaluces no fueron! ¡Y muchos ni tan siquiera españoles!, pero de esos a los que, tan imbuidos de flamencura, no se les vio ni la matrícula ni el pasaporte en su labor profesional.

EL DUENDE, HALLAZGO Y CLICHÉ (LEÓN SILLERO, JOSÉ JAVIER)
Esta obra habla de la naturaleza del duende, los sinuosos y aun detectivescos caminos de su fábrica y sus cansados pero incansables epígonos. La propia construcción de la palabra duende, desde que la lengua de Castilla lo acuña en el siglo XIII hasta que Lorca le imprime su definitivo valor estético-metafísico, es, en este sentido, un juego de laberintos con salida. Hay, digamos, un «duende de los diccionarios» que ha sido malinterpretado, al haberse percibido como idéntico al lorquiano, y que a partir de ahora exhibirá un itinerario desbrozado. «Juego y teoría del duende» (1933) es, por un lado, un ejercicio literario atractivo y complejo, impar y célebre, el más fecundo de los ensayos de Lorca dados en conferencia, pero también exuberante y, en ocasiones, errabundo, que ha generado reiteración y palabrería. En este trabajo queda desvelada una buena cantidad de misterios que el manuscrito lorquiano aún escondía. Existen tres tipologías de duendes musicales anteriores a 1933, y resultan ser la base del de García Lorca. Estos tres duendes, diferenciados aunque interrelacionados, se identifican y caracterizan por vez primera.Los más antiguos son estrictamente musicales, consisten en un tecnicismo jergal y los atestigua y define Felipe Pedrell: son rigurosamente inéditos. Extensión vocal de estos, y ya flamencos, son los que alentaban en la prensa liberal sevillana, concretamente en los artículos de Galerín, periodista, publicista y político cuya vida fue paralela a la de Federico. Quienes han reparado en ellos han errado en su comprensión, por haberlos leído con las poderosas gafas correctoras lorquianas. Los terceros espíritus de la serie, aparatosamente tópicos, fueron promovidos por los hermanos Álvarez Quintero. Lorca los conocía bien, pero los Quintero, junto con Jacinto Benavente, eran sus bestias negras. Por último, este libro registra y analiza una docena de ropajes, atuendos o filiaciones que adopta, después de Lorca, un Duende ya muy Persona, a saber: pureza, gitanería, antigüedad, ruina, beldad de lo feo, amusicalidad, jondura, grandeza, verdad, mística, rajo y pellizco. Ratificando un empalago. Celebrando nuestra seducción.

JONDO (MARTÍN CABEZA, JUAN DIEGO)
El flamenco, y mucho más aún el cante jondo, parece moverse en un mundo oscuro, cargado de sobreentendidos accesible sólo para un reducido círculo de iniciados. Palabras como «duende», «rajo» o la misma «jondo» tienen un cierto regusto mágico, casi de aquelarre. Y algo de eso tiene el flamenco. Si hay una música profana, hasta en sus manifestaciones más cercanas a la liturgia cristiana, ésa música es el flamenco. Si hay una música en la que el hombre es centro, ésa música es el flamenco. El cantaor, el bailaor, la guitarra, nos cuentan siempre una historia, una historia que nunca aparecerá en los libros de Historia, en la que las penas o alegrías, la pasión, la rabia, el amor, se viven; no se interpretan. Juan Diego Martín Cabeza (Sevilla, 1976) desciende de una familia dedicada al flamenco y a la pintura; comienza a aficionarse al cante a través de la guitarra y de artistas como Pastora, Mairena, Fernanda, Terremoto o Menese; pero será después de la muerte de Camarón, en 1992, cuando verdaderamente se compromete y centra sus intereses en todo lo relacionado con esta manifestación artística. Licenciado en filosofía, ha trabajado en la Bienal de Flamenco de Sevilla como coordinador de exposiciones y publicaciones. También ha colaborado en la realización de dos documentales flamencos en los museos de arte contemporáneo Vostell y MEIAC, de Extremadura. En la actualidad trabaja en el secretariado de Promoción Cultural de la Universidad de Sevilla. Prepara un libro sobre El flamenco y la pintura y su tesis, que aborda la relación de los flamencos con las artes plásticas, el teatro, la poesía, el cine y la política de los años sesenta y setenta en España.