Era un chico tan pobre y tan alegre que todo el mundo le parecía rico y triste. En el barrio lo llamaban «Chispas». Chispas vivía con su padre, que estaba en paro, y por eso, para ayudarlo, en las mañanas le hacía mandados al escritor Castillo. A cambio el hombre le extendía una luca de propina. Una luca eran mil pesos. Y solo con cien pesos se podía dar una vuelta en el carrusel.