José Antonio Marina prosigue con su «extravagante» idea de que la filosofía es un servicio público. Cree que forma parte de la protección del medio ambiente. Si fuéramos grullas de Alaska o geranios del Albaicín nos bastaría con cuidar la pureza de la atmósfera o de las aguas. Pero vivimos entre ideas, palabras y sentimientos, y necesitamos que sean tan claros como los manantiales. Este libro habla de la ultramodernidad, un nuevo modelo de inteligencia, que une el rigor y la poesía, el dramatismo y el sentido del humor, la ciencia y el sentimiento, lo abstracto y lo concreto, la historia y el futuro. Aspira a una triple finalidad: explicar, embellecer y transformar la realidad. Durante veinticinco siglos nuestra cultura ha identificado la inteligencia con el conocimiento y la razón. Como resultado hemos venerado a muchos «idiotas sabios», que sabían casi todo de casi nada. La nueva idea de inteligencia la relaciona con el comportamiento, la creación, la libertad y la felicidad. Mientras la inteligencia añeja culminaba en la ciencia, la inteligencia ultramoderna culmina en la ética, que es, sobre todo una poética de la acción, en la que, por supuesto, la ciencia encuentra su perfecto acomodo. El lector no debe comenzar este libro si no está dispuesto a navegar por mares muy distintos y a calentarse bajo soles muy diferentes. En sus páginas se habla de jardines, veleros, sentimientos, problemas del vivir y del convivir. A los ultramodernos les interesan los asuntos de la vida cotidiana: la educación, el arte, la política, la religión, el saber, el crear, y, por supuesto, la tríada mágica: el sexo, el amor y la familia. Temas tan diversos están tratados con un hilo argumental único, que los engarza dentro de una visión sistemática. El autor mantiene su vocación de detective privado. Piensa que investigar sobre la realidad y sus complejidades es una actividad fascinante y divertida. Por ello, pide al lector que le permita seguir dedicándose a tan satisfactorio oficio. Es decir: solicita un nuevo contrato.