En la estela de un “Sagrado que se hace Real”, este libro hace justicia a la observación de Warburg respecto a que la historia del arte es una historia de fantasmas. Precisamente ha sido cediendo a una “fantasía” como aquí se ha ido tejiendo un relato que ciñe en sus términos generales la historia de cómo Cristo ha podido devenir en un signo de esperanza órfica, y, en segundo lugar, cómo también se pudo recaer en la tentación de representarle en la forma de un “autómata” (bien que divino).