La historia de Manuel Fernández Padín, arrepentido y testigo protegido de la "Operación Nécora" del Juez Baltasar Garzón, contada en primera persona. “Me llamo Manuel Fernández Padín y nací el 24 de julio de 1959 en Vilanova de Arousa (Pontevedra). Mi generación tenía ganas de comerse el mundo, pero ni un euro en el bolsillo. La noche que me tomé tres tripis y varios cubalibres de batido de chocolate con coñac cavé mi tumba, mi destrucción como persona, y las consecuencias las tengo que pagar ya de por vida. Al igual que a mis amigos los acabó matando la heroína, la sobredosis o el SIDA, a mí me destrozó psíquicamente el LSD. Durante una época trabajé vendiendo marisco para Melchor (hijo de Manuel Charlín Gama). Años más tarde me lo encontré de nuevo, dedicado a negocios más rentables, y decidí que me introduciría a toda costa en su Organización. De todas formas, lo que sé seguro es que si mis amistades no hubieran sido consumidoras de drogas, yo no habría vendido ni un gramo de droga”. Así resume el autor su incursión en el mundo del narcotráfico, cuyos cimientos removería con apenas treinta años. Vasallo del clan de los Charlines, es detenido justo después de hacer una entrega de cocaína. Presionado y enfermo, decide declarar contra ellos. Jueces, fiscales y altos cargos del Ministerio del Interior se ponen a sus pies y comienza a fraguarse la “Operación Nécora”, azote de traficantes. A cambio de su declaración en el juicio, le garantizan protección, una nueva identidad y una pensión de por vida. El Estado se hizo cargo de él hasta que, súbitamente, en 2009 le retira los escoltas, la pensión, la vivienda…, sin proporcionarle la prometida nueva identidad. Desconcertado y con un futuro que pinta negro, decide contar su historia en primera persona. Lo hace para que se sepa la verdad, pero también para que sirva de ayuda a otros muchos que, como él antes, creen que se puede jugar con fuego sin quemarse.