La Iglesia, dijo a los seminaristas de Roma, es el árbol de Dios, y por eso no hay motivo para que nos dejemos impresionar por los truenos de dentro o de fuera. Y aunque el vendaval arranque las ramas secas y otras parezcan a punto de morir, el árbol siempre renace. Mientras los sabios del mundo peroraban sobre el cansancio del Papa, éste realizaba la afirmación más audaz que pueda imaginarse: «el futuro es nuestro... la Iglesia es el árbol de Dios que lleva consigo la eternidad». Sólo esta certeza explica adecuadamente el paso que ha dado Joseph Ratzinger, un paso que nos explica a todos de qué se trata: pase lo que pase «el futuro es realmente de Dios». Ésta es la grande y humilde certeza que nos ha comunicado hasta el final.